Hay un lugar en el mundo donde los pingüinos son más importantes que los humanos, se llama Isla Magdalena. En esta isla, que forma parte del archipiélago que se encuentra en la Patagonia y Antártica chilena, habían por lo menos ocho mil pingüinos cuando visité. Las reglas que rigen la isla son las de los pingüinos. Si los tocas, te botan. Si te acercas demasiado, te botan. Si corres o gritas y los espantas, te botan. Si sacas un selfie stick, te botan. Y sólo puedes estar en la isla 1 hora. Es como si los pingüinos hubieran hecho una asamblea y establecieron allí su propio reino, impenetrable por la humanidad o idiotez contemporánea. También impenetrable por otras aves ya que otras especies se pelean entre ellas pero nunca acechan contra los pingüinos. Se podría decir que los pingüinos son los bichotes de Isla Magdalena y nada ni nadie puede interferir con ellos.
Los pingüinos son la razón por la que terminé en una isla remota el primer sábado del año a las 8am (rompiendo así mi regla estricta de no hacer nada antes de las 11am los fines de semana). Y es que siempre, o desde que recuerdo, he tenido una pequeña obsesión con los pingüinos. Pequeña, no como la que tengo con la poesía, la buena literatura y Britney Spears. Mucho más pequeña. Una que algunas personas en mi vida conocen y otras no, una obsesión discreta. Quizás el que haya nacido en el Caribe tenga que ver ya que este tipo de ave es inconcebible en las coordenadas del trópico. En algún momento en mi vida llegué a decir que me gustaría poder construir un igloo y tener un pingüino de mascota. Pero ahora que conocí los pingüinos en persona creo que la personalidad de mi perro competiría con la personalidad del pingüino. Se les imposibilitaría convivir. Además, sería un hogar con demasiadas reglas, las de mi perro más las del pingüino.
En fin, no sé si la obsesión venía de la forma graciosa de andar de estas criaturas o su exentricidad, pero el guía del ferry en el camino me recordó otra característica por la que esta especie me impresionó desde temprano en mi vida y que aquí llamaré amor pingüino. El guía nos explicó que para aparearse el macho hace un nido, la hembra viene a la semana y lo chequea, pero si el nido no es suficientemente bueno, deja el pingüino y se va con otro. Además, esta especie de pingüino, conocido como Magallanes o patagónico, es monógama así que una vez se unen en familia se quedan juntos para el resto de sus vidas. En otras especies, como la del pingüino rey, los pingüinos se toman turnos calentando el huevito cada una semana. Aunque estos últimos a diferencia de los anteriores no se aparean de por vida. Pero lo que sí parecía que guardan ambos en común es una responsabilidad afectiva y reproductiva compartida. Una suerte de sensibilidad difícil de encontrar estos días en especies como, digamos…la humana.
Esta responsabilidad compartida es lo que quiero explorar como amor pingüino, en particular la expectativa de que se construya un buen nido y el derecho de la pingüina a buscar otro pingüino en los casos en que el nido no cumpla con las necesidades mínimas para que sus pulluelitos estén bien cuidados. Y es que no pude si no pensar en la crisis de masculinidad que plaga la escena contemporánea de vínculos románticos o en palabras simples, la escena del dating post-digital. Una escena donde algo tan básico como vincularse se ha vuelto en algo más complejo que obtener un doctorado (si, confirmo que es más complejo). Me pregunto si acaso haber tenido acceso a apps de dating hubiera cambiado el comportamiento de estos pingüinos machos. Pero la realidad es que en su forma más básica el concepto de construir un nido y aparearse es una magnífica metáfora para lo sencillo que podría ser vincularse afectivamente. En cambio, como resultado de una crisis aguda de la masculinidad parecemos estar rodeadas/es de una vasta cantidad de hombres que nuncan aprendieron a construir nidos. Es decir, hombres sin madurez emocional, sin destrezas saludables de comunicación, que no asisten a terapia para trabajarse, que manipulan situaciones en su favor para utilizar el sexo como otra forma de escape de sí mismos, y que creen que pueden seguir por ahí impactando más mujeres con su falta de destrezas para construir un nido. Olvidando, acaso ilusoriamente, que son las mujeres quienes deciden si su nido vale la pena en primer lugar. Y de la crisis de la masculinidad llevándose a sí mismos a una crisis de soledad, pero eso es tema para otro momento.
Del otro lado, estamos quizás muchas de nosotras como una isla de pingüinas hembras observando, cuestionando, comentando cuando es que los pingüinos machos van a aprender a construir nidos dignos. Nidos metafóricos que no son realmente espacios para reproducirnos sino más bien nidos que sean espacios seguros para vincularnos de forma saludable emocionalmente. Un espacio protegido donde la labor emocional sea equitativa, donde la gentileza y generosidad no sean sustuidas por mentiras, manipulaciones o juegos, donde la objetivación sexual no sustituya un trato respetuoso que tome en cuenta nuestra profundidad, nuestra dignidad, nuestra humanidad como mujeres.
Y para ser honesta, hubo un tiempo en que cada vez que me topaba con otro pingüino incapaz de construir un nido, pensaba que quizás el problema era yo y por mucho tiempo me di la oportunidad de creérmelo para seguir trabajándome…incansablemente. Hasta que mi terapista me despidió porque no había más que trabajar. Hasta que fui a otra terapista para segunda opinión y me dijo “a veces el problema no es uno si no el contexto en el que se vive”...Debo admitir que hubiera preferido escucharla decir que el problema era yo por ser algo que si podría cambiar. Pero luego de años trabajando en mí y seguir cruzándome con nidos mal hechos, me cruzo además con demasiadas mujeres, mujeres extraordinarias, mujeres diosas y reinas que tampoco parecen encontrar buenos constructores de nidos. Pero no puede ser que todas, que cientos, que miles de mujeres que están trabajando en sí, buscando formas menos violentas, más profundas y auto-determinadas de vincularse románticamente estén todas mal, ¿o, sí? No puedo pensarlo así, mucho menos cuando sé de que está hecha la fundación sobre la cual se erige la masculinidad: la violencia del capitalismo imperialista patriarcal racista (hooks). Y ahí vuelvo a la crisis de la masculinidad, a la crisis que atraviesan los hombres por no querer pasar el trabajo de mirar hacia adentro, de no coger un cabrón libro y leérselo, de no escuchar un podcast, de no hacer una cita en terapia. En fin, de seguir viviendo desde el privilegio de ser hombre.
Pienso además que se están quedando atrás. Que muchas de nosotras (no todas pero una mayoría) ya hemos trabajado demasiado para construir nuestros propios nidos y que si no hay pingüinos que sepan cómo cuidarlo pues no los necesitamos. Muchos hombres (no todos pero una gran mayoría) en cambio están increíblemente lejos de entender este nuevo paradigma, uno donde estar conectados con sus emociones y procesos de desarrollo personal es imprescindible para vincularnos de una forma afectiva no violenta hacia las mujeres, que es decir anti-patriarcal, uno donde no se sienta emasculados por nuestra auto-suficiencia. Hay cientos de libros sobre esto, hay cientos de terapistas que ayudan con esto, hay millones de reels, posts y podcasts sobre esto. Pero se entiende la indisposición de hacer el trabajo, en particular cuando el mundo te ha dado tanto reconocimiento y visibilidad sin mover un dedo. Debe ser difícil imaginar dar cara a tu propia oscuridad, da miedo, lo sé. En particular en un mundo que ha premiado a los hombres por ser violentos y reprimir sus emociones y les ha dado tan pocas herramientas para sanar (bell hooks habla extensivamente de esto también). Pero ese mundo ya acabó para nosotras, ese mundo ya no existe y ahora les toca venir a construir los nidos que cabrán en un mundo donde los vínculos románticos responden activa y auténticamente al bienestar de las mujeres también y no a su invisibilizacion y objetivación. Esto no lo digo como una crítica o sentencia, lo comparto como una invitación porque hacer el trabajo también es velar por el bienestar propio de los hombres e incluso el de futuros niños.
Así que en 2025 quiero más que en todos los años anteriores amores pingüinos. Seguir a la siguiente persona sin pensarlo dos veces en cuanto vea que la que tengo al frente no tiene las destrezas básicas para hacer un buen nido. Solo intentar con personas con quienes la labor emocional sea verdaderamente equitativa. Y la realidad es que esto ya lo hago, pero quizás quiero decir hacerlo con la rápidez y certeza de una pingüina. Cuidar a mis pulluelitos en mi hermoso nido que me he construido sola según la sociedad pero acompañada de una maravillosa comunidad si es necesario porque igual no es posible esperar que todas nuestras necesidades sean atendidas por una pareja roomántica.
Y jamás detener mi vida para esperar a que llegue un pingüino que sepa construir un nido hecho de nuevos paradigmas románticos acorde a los tiempos, saludables, genuinos, constructivos y llenos de crecimiento. Quiero un amor pingüino que es decir un amor equitativo, un amor compartido, un amor sano, un amor bonito, una amor que devenga en paz.
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Enero 2025, Punta Arenas, Chile.