Querido Santa, lo que quiero para Navidad es...
Querido Santa,
En la isla donde nací la época navideña es una de mucha fiesta. Además, nos enorgullece decir que nuestras navidades son las más largas del mundo. Pero detrás de una maravillosa campaña de advertising de la compañía de turismo y alienación cultural para enaltecer la época se esconden también muchas otras cosas…que poco tienen que ver con festejar. Lo cual significa que es una época de alto consumo de alcohol, pirotecnia, reproducción y normalización de múltiples violencias. Peleas familiares, accidentes de carros con muertos, muertos por balazos al aire y picos de violencia en particular hacia las mujeres. Yo fui una de esas mujeres. Cuando crecía, la época navideña era la más temida, y acaso odiada, para mi porque todos alrededor mío bebían y se ponían violentos, emocional y físicamente. Debo admitir que cuando crecía nunca tuve una Navidad feliz. En la familia con la que crecí, el alcohol y la violencia eran los protagonistas de la temporada de fiestas navideñas. Por lo cual no siento ningún tipo de pertenencia con las navidades puertorriqueñas pues para mi representaban trauma y violencia. Así que, en cambio, crecí odiando la navidad más que el Grinch. Pero puedes continuar leyendo, esta es una historia con un final feliz y una feliz navidad. Lo prometo. Después de todo, es la primera carta que le escribo a Santa.
Una vez me fui de Puerto Rico a los 21 años comencé a crear mis propias tradiciones de fiestas hasta lograr volver a amar esta época como la amo hoy. Al principio hacía fiestas con temática de Charles Chaplin en navidad en un warehouse de artistas que frecuentaba durante mis primeros años en San Francisco ya que Chaplin murió un 25 de diciembre. Así celebrabamos su vida el día de su muerte en fiestas donde todo, incluyendo la comida, era blanco y negro. Olvídate del verde y rojo. Alrededor de esos años también comencé a celebrar el fin y comienzo de año en Solsticio el 21 de diciembre. Siguieron pasando los años y mientras convivía con una pareja, comenzamos la tradición de ir a cortar nuestro propio árbol de navidad en las montañas californianas con amigos cercanos. Durante esos años también comencé a invitar a todos mis colegas académicos latinoamericanos que tampoco volvían a sus países en Navidad (porque los boletos eran demasiado caros) a compartir cenas y fiestas en mi casa. Yo no volvía a Puerto Rico en navidad porque tenía la certeza de que nada bueno me esperaba. Elles también me invitaban a sus casas. Y así continué despidiendo años en casas de amigos de amigos o comenzando el año comiendo ostras gratis en Sol Food bailando bomba en el frío a lo largo de toda una década.
Pero, en 2020 la vida me trajo de vuelta a Puerto Rico a finales de octubre, lo cual implicaba que pasaría aquí la época de fiestas porque todavía no estaba súper cool viajar por la pandemia. Y así me tocó proteger todo lo lindo que había construido y poner límites sobre qué y cómo hacer. Solo había un reto: la gente aquí no esta lejos de sus hogares y sí pasan la navidad con sus familiares. O al menos, la gente que conocía back then. Y yo, aunque ya tenía una buenísima y saludable relación con mis padres, no sentía ni la obligación, ni la emoción de pasar la época con ellos…pues esto representaba de algún modo dar vuelta atrás. ¿Arriesgar acaso algo que me tomó una década sanar y confeccionar?
Y así fue que empecé confidently mi nueva tradición: ir a cenar SOLA a un restaurante bichote en Noche Buena. Algunes de mis amiges aún se sorprenden o asustan cuando les digo que mi plan es ir a cenar sola en Noche Buena, me pasó hace dos días. Y eso, que no saben que también separo la mayor parte del día de Navidad para estar sola con mi perro, abriendo nuestros regalos con música gringa. A partir del segundo año después de volver, empecé a invitar a mis padres la tarde del día de Navidad a mi casa. Compartimos unas horas con comida, sin alcohol y ponemos el CD de navidad de Willie Colón y Héctor Lavoe. Y ya luego la despedida de año la paso con amigos random y planes improvisados. Para el Día de Reyes ya estoy trabajando y he quitado el árbol. En casi todas las temporadas también he viajado sola.
Yo creo que cuando sanamos, entendemos que el proceso viene con consecuencias. Consecuencias que pueden impactar todo lo que somos, desde nuestro sentido de pertenencia hasta los significantes que adjudicamos a días, cosas y personas que la sociedad nos dice que deben ser especiales o importantes. Quienes nos aman incondicionalmente van a entender cuáles son esas consecuencias y más que nada, respetarlas. Los que no sepan o puedan respetarlas no son nuestra responsabilidad, no son razón para cuestionar o dudar de nuestro derecho a estar en paz. Todos los años mi mamá me invita a la casa de mis padres en Noche Buena y todos los años le respondo: “No, gracias, tengo planes para ir a comer sola a [insert nombre de restaurante bichote]. Vengan acá el 25 en la tarde, abrimos regalos y cenamos”. Es una conversación como cualquiera otra y así todos pasamos unas felices fiestas, pero más que nada unas fiestas en paz.
Al final del día, la libertad, la verdadera libertad no se vive unas horas sí y otras no, unos días sí y otros no, o dependiendo de la época del año. La libertad se vive desde la integridad. Esa integridad que toma paciencia, educar, comunicar, y al final del día, arriesgarse a perder a otres si es lo que tiene que pasar. Pero siempre con la certeza de que lo que hemos trabajado y construido no se echa a perder irrespectivamente de las circunstancias. Que lo trabajado merece que lo cuidemos con la consciencia de que, ni de sangre, ni escogida, la verdadera familia no exige que comprometamos nuestra paz. O, al menos, así lo veo yo, pero esto requiere un rol activo de nuestra parte, un rol de educar y co-sanar con amor y compasión.
Cuatro años después de volver a Puerto Rico, me sentaré una vez más en la mesa de un buen restaurante en Noche Buena. Y aunque los demás pensarán que estoy sola, al otro lado de la mesa estará mi niña interior y le diré que estamos seguras, que estamos bien, que estamos en paz. Y que no hay nada que temer ya en la realidad que nos tomó años construir para nosotras porque las cosas que se construyen sobre fundaciones sólidas de profundo amor son imposibles de arruinar. Brindaré en agradecimiento por todo lo que me ha dado y le explicaré que ya no tendrá que abrir regalos de juguetes nuevos que nunca sustituirán su necesidad de un abrazo, que hoy y siempre tendrá mi abrazo cualquier día del año. Luego, me iré a casa a dormir temprano y despertaremos junto a mi perro a abrir regalos que jamás tendrán que compensar por los daños de la violencia y el caos. Regalos que siempre serán solo eso, sorpresas para disfrutar, para vivir en paz, para solo abrir las puertas de nuestro hogar a fiestas que verdaderamente sean dignas de celebrar.
Así que, Querido Santa, lo único que quiero para Navidad es a mi para permitirme seguir sanando y creciendo sin mirar atrás…y claro, a mi perrito loco y feliz.
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Felices fiestas a mis subscribers, gracias por leerme todo el año, ¡mi primer año de Substack! Saber que me leen ha sido uno de mis más grandes regalos en el 2024.
Les abrazo,
Y